Cuando, en 1995, Brian Wilson resultó gravemente herido en un accidente automovilístico, sus médicos determinaron que este bombero de 51 años no hablaría nunca más y pasaría el resto de su vida acostado en su cama. Pero dos loros charlatanes pudieron más que la ciencia médica.
“Dos pájaros me enseñaron a hablar nuevamente”, explica Brian desde su humilde morada de Damascus, en los suburbios de Washington (EE.UU.), donde vive con más de 80 volátiles.
“La herida de mi cabeza fue tan grave que se suponía que no podría volver a hablar, por lo menos, no más que un niño de dos años”, cuenta. Pero dos loros que tiene desde su adolescencia se instalaron a su cabecera y no pararon de hablarle. “Y de repente salió una palabra, y luego dos, y más y más”. Y no del pico de los pájaros, sino de la boca del herido.
En prueba de agradecimiento, el ex bombero, que ya no puede trabajar, pero que habla y se desplaza casi normalmente, decidió dedicar su vida a las aves que le devolvieron la palabra.
“Hago todo lo que puedo por ellos”, dice, en su casa transformada en refugio para loros que ya no son queridos por sus dueños. “Tienen todo lo que pueden desear”, agrega.
Cuando llega uno nuevo, queda en cuarentena en el garage de la casa hasta que es revisado por el veterinario. Luego se le busca un nuevo hogar o se queda con sus nuevos compañeros.
No es algo fácil de sostener económicamente, sobre todo ahora que Brian acaba de quedarse con 80 aves cuyo dueño ya no podía cuidar. El ex bombero invierte todos sus ahorros y su magra pensión de discapacidad para cubrir los U$S 6000 mensuales necesarios para mantener a sus loros, y actualmente se ve obligado a rechazar a tres nuevos inquilinos en promedio cada semana.
Para poder recibir donaciones deducibles de impuestos, Brian Wilson ha creado su fundación, la Wilson Parrot Foundation. Y para llegar a fin de mes, organiza espectáculos con sus pájaros parlanchines en cumpleaños o reuniones empresarias. También enseña las normas de seguridad en caso de incendio, tiroteo o accidente con la ayuda de sus amiguitos de plumas multicolores. Así, uno de los loritos ha aprendido a desplomarse y hacerse el muerto cuando resulta alcanzado por la bala de espuma de una pistola de juguete.
“Yo quería ser bombero hasta los 98 años para salvar a la gente, y daría todo para hacerlo”, asegura Brian. “¿Se preguntan por qué me dedico a salvar pájaros? Me ayudaron a poder hablar otra vez, por eso cuido de ellos”.
“Dos pájaros me enseñaron a hablar nuevamente”, explica Brian desde su humilde morada de Damascus, en los suburbios de Washington (EE.UU.), donde vive con más de 80 volátiles.
“La herida de mi cabeza fue tan grave que se suponía que no podría volver a hablar, por lo menos, no más que un niño de dos años”, cuenta. Pero dos loros que tiene desde su adolescencia se instalaron a su cabecera y no pararon de hablarle. “Y de repente salió una palabra, y luego dos, y más y más”. Y no del pico de los pájaros, sino de la boca del herido.
En prueba de agradecimiento, el ex bombero, que ya no puede trabajar, pero que habla y se desplaza casi normalmente, decidió dedicar su vida a las aves que le devolvieron la palabra.
“Hago todo lo que puedo por ellos”, dice, en su casa transformada en refugio para loros que ya no son queridos por sus dueños. “Tienen todo lo que pueden desear”, agrega.
Cuando llega uno nuevo, queda en cuarentena en el garage de la casa hasta que es revisado por el veterinario. Luego se le busca un nuevo hogar o se queda con sus nuevos compañeros.
No es algo fácil de sostener económicamente, sobre todo ahora que Brian acaba de quedarse con 80 aves cuyo dueño ya no podía cuidar. El ex bombero invierte todos sus ahorros y su magra pensión de discapacidad para cubrir los U$S 6000 mensuales necesarios para mantener a sus loros, y actualmente se ve obligado a rechazar a tres nuevos inquilinos en promedio cada semana.
Para poder recibir donaciones deducibles de impuestos, Brian Wilson ha creado su fundación, la Wilson Parrot Foundation. Y para llegar a fin de mes, organiza espectáculos con sus pájaros parlanchines en cumpleaños o reuniones empresarias. También enseña las normas de seguridad en caso de incendio, tiroteo o accidente con la ayuda de sus amiguitos de plumas multicolores. Así, uno de los loritos ha aprendido a desplomarse y hacerse el muerto cuando resulta alcanzado por la bala de espuma de una pistola de juguete.
“Yo quería ser bombero hasta los 98 años para salvar a la gente, y daría todo para hacerlo”, asegura Brian. “¿Se preguntan por qué me dedico a salvar pájaros? Me ayudaron a poder hablar otra vez, por eso cuido de ellos”.
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