Cerca de Brest (Francia), en el pueblecito bretón de Saint Eloy (patrón de los herreros), el cura párroco bendice anualmente a los caballos del lugar el jueves de la Ascensión. Se trata de una antigua tradición, bien vigente hoy día, que atrae tanto a los caballeros “normales” como a los ganadores de competiciones. Este año, la fecha coincidió con el 1º de mayo.
Michel Gallier, dueño de Jag de Bellouet, vencedor del premio de América en 2005, trajo para que fueran bendecidos a los hermanos del campeón, cuyas ganancias hasta el final de su carrera, en el otoño de 2007, ascendieron a 4,5 millones de euros. “Me había jurado a mí mismo que si un día tenía un buen caballo traería aquí sus frutos. Para triunfar, los caballos deben gozar de buena salud, y San Eloy protege a los nuestros”, explicó.
Después de las vísperas de las 15.00 horas y el desfile con la ropa típica bretona y estandartes escoltando las reliquias de San Eloy, unos 60 caballos, asnos y ponis pasaron ante el cura, Jean Conq, visiblemente contento de revivir una vez más la tradición. “Bendecimos a los caballos y a quienes los cuidan”, señaló, “y percibo lo importante que es esto para los participantes”.
Nadie, ni siquiera los más ancianos, puede recordar en este pueblo de 180 habitantes cuándo se inició esta costumbre, conocida como el Perdón de los caballos, que se ve plasmada en antiguas postales de 1900, cuando la tracción animal era el eje de la vida rural.
“El caballo era muy importante en la labor del campo”, recordó el párroco, quien también había trabajado con caballos cuando era joven. “Yo vi a mi padre pasar la noche al lado de una yegua que iba a parir. Perder un potrillo costaba muy caro”, concluyó.
Michel Gallier, dueño de Jag de Bellouet, vencedor del premio de América en 2005, trajo para que fueran bendecidos a los hermanos del campeón, cuyas ganancias hasta el final de su carrera, en el otoño de 2007, ascendieron a 4,5 millones de euros. “Me había jurado a mí mismo que si un día tenía un buen caballo traería aquí sus frutos. Para triunfar, los caballos deben gozar de buena salud, y San Eloy protege a los nuestros”, explicó.
Después de las vísperas de las 15.00 horas y el desfile con la ropa típica bretona y estandartes escoltando las reliquias de San Eloy, unos 60 caballos, asnos y ponis pasaron ante el cura, Jean Conq, visiblemente contento de revivir una vez más la tradición. “Bendecimos a los caballos y a quienes los cuidan”, señaló, “y percibo lo importante que es esto para los participantes”.
Nadie, ni siquiera los más ancianos, puede recordar en este pueblo de 180 habitantes cuándo se inició esta costumbre, conocida como el Perdón de los caballos, que se ve plasmada en antiguas postales de 1900, cuando la tracción animal era el eje de la vida rural.
“El caballo era muy importante en la labor del campo”, recordó el párroco, quien también había trabajado con caballos cuando era joven. “Yo vi a mi padre pasar la noche al lado de una yegua que iba a parir. Perder un potrillo costaba muy caro”, concluyó.
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