Para conseguir novia, la salamandra macho de dorso rojo, común en América del Norte y diferente de la europea en sus costumbres y anatomía, utiliza sus excrementos como arma de seducción: los deposita a la entrada de su “casa”, a la espera de que una candidata se acerque y los huela. Si el olor que despiden revela que el macho se ha alimentado de termitas, comida favorita de las salamandras, la hembra lo considera superior y lo elige como compañero. En cambio, si el tufo delata que ha comido hormigas comunes, levanta desdeñosamente la nariz y sigue su camino. No es éste su único comportamiento curioso: las salamandras de lomo rojo son monógamas, algo raro en los anfibios, y se ha observado que, al igual que en numerosas especies animales, el macho no tolera que su pareja le sea infiel. Pero lo que resulta realmente insólito, lo que no se ha visto en ningún otro animal que no sea el hombre, es que la hembra tampoco admite la infidelidad de su macho, y si ésta se produce –lo nota por el olor de “la otra”, que queda impregnado en la piel de su compañero–, adopta poses intimidatorias ante él y llega incluso a morderlo. Tal vez futuros estudios descubran si el adúltero es a veces perdonado.
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