"El galápago Frascuelo se pasa los inviernos en la biblioteca del escritor, hecho un galápago de biblioteca, y los veranos, en el fresco corral de la casa de campo de su amigo el escritor, hecho un señorito. El galápago Frascuelo, que no es muy grande, viaja de Madrid al campo y del verano al invierno, en una cestilla adornada con hojas de tierna lechuga, que lleva a mano, y amorosamente, como único equipaje, el hijo del escritor. El galápago Frascuelo, que siempre ha practicado las buenas costumbres, no conoce más ley que su ordenada voluntad, y el escritor, que es tolerante, le deja hacer lo que quiere, entre otras razones, quizás porque el galápago Frascuelo nunca demostró la menor tendencia a la insensatez ni a la dilapidación.
El galápago Frascuelo es un ser ecuánime, conservador, conspicuo, que probablemente, en la alta noche, cuando el escritor y su familia duermen, aprovecha para leer a lord Macaulay. De lo contrario, no se encontraría satisfactoria explicación a muchas cosas y a no pocas actitudes.
Por los veranos, el galápago Frascuelo husmea en el corral los rincones húmedos, solitarios, oscuros, al pie de la higuera, a la sombra del granado, al fresco de la silenciosa alcantarilla, arrimado al rezumante brocal del pozo. El galápago Frascuelo busca una esquina amable, acogedora, confortable, y allí instala su cuartel general, desde el que sale a hacer sus descubiertas lentas, pacientes, incansables, en pos del sustento que nunca se le niega o de la agilidad que jamás encuentra.
El galápago Frascuelo, de veraneante, semeja un viejo conde pescador, reservón y muy vivido, para quien la existencia hubiera llegado a confundirse con la comodidad y con el sosiego. El galápago Frascuelo es un ser que no quiere complicaciones, que prefiere la soledad a la convivencia, que es feliz porque sabe sacar partido de lo que tiene: es un galápago sabio que no fuerza las cosas, que no pide a la vida más que lo que la vida puede ofrecerle.
Con su filosofía estoica, el galápago Frascuelo gana todas las batallas porque, por principio, no se empeña en ninguna. Sentado a la puerta de su tienda y armado de paciencia y de sobriedad, el galápago Frascuelo está seguro de que verá pasar, tarde o temprano, los cadáveres de todos sus enemigos, uno a uno.
El galápago Frascuelo es un ser ecuánime, conservador, conspicuo, que probablemente, en la alta noche, cuando el escritor y su familia duermen, aprovecha para leer a lord Macaulay. De lo contrario, no se encontraría satisfactoria explicación a muchas cosas y a no pocas actitudes.
Por los veranos, el galápago Frascuelo husmea en el corral los rincones húmedos, solitarios, oscuros, al pie de la higuera, a la sombra del granado, al fresco de la silenciosa alcantarilla, arrimado al rezumante brocal del pozo. El galápago Frascuelo busca una esquina amable, acogedora, confortable, y allí instala su cuartel general, desde el que sale a hacer sus descubiertas lentas, pacientes, incansables, en pos del sustento que nunca se le niega o de la agilidad que jamás encuentra.
El galápago Frascuelo, de veraneante, semeja un viejo conde pescador, reservón y muy vivido, para quien la existencia hubiera llegado a confundirse con la comodidad y con el sosiego. El galápago Frascuelo es un ser que no quiere complicaciones, que prefiere la soledad a la convivencia, que es feliz porque sabe sacar partido de lo que tiene: es un galápago sabio que no fuerza las cosas, que no pide a la vida más que lo que la vida puede ofrecerle.
Con su filosofía estoica, el galápago Frascuelo gana todas las batallas porque, por principio, no se empeña en ninguna. Sentado a la puerta de su tienda y armado de paciencia y de sobriedad, el galápago Frascuelo está seguro de que verá pasar, tarde o temprano, los cadáveres de todos sus enemigos, uno a uno.
Por los inviernos, el galápago Frascuelo, en la biblioteca del escritor, no necesita enterrarse para estar a gusto. Al principio, un poco desorientado, brujulea de un lado para otro buscando un rincón donde aletargarse; al final -como todos los años- acaba por descubrir que el mejor sitio, aquel donde más a satisfacción se está, es debajo del radiador de la calefacción y allí se mete con su cabecita de lagarto, sus deformes patas de monstruo antediluviano y su concha dura como el pedernal.
Pero el letargo de Frascuelo, en la biblioteca del escritor, no es un letargo puro, ortodoxo, absoluto, sino un letargo relativo, con pausas, con intermitencias; si fuera un galápago niño —cosa que el escritor ignora—, diríamos que con recreos.
El galápago Frascuelo, durante la invernada, no come, cierto es, ni realiza función digestiva alguna; pero tampoco duerme durante varios meses, como un faquir. El galápago Frascuelo, durante este tiempo, duerme exacta y metódicamente veintitrés horas y tres cuartos al día, y el cuarto de hora que le sobra lo aprovecha para pasear veloz, alegre y enloquecido, como si a diario descubriese un nuevo y jolgorioso renacer de la primavera. El galápago Frascuelo, hasta durmiendo es un cartesiano y el escritor, cuando levanta los ojos de sus papeles y lo ve asomando su cabeza fuera de la concha e iniciando su cotidiano paseo, llama a su mujer y le pide unas aceitunas o unas almendras y un vasito de vino, porque, indefectiblemente, es la una de la tarde.
El escritor admira a su amigo el galápago Frascuelo porque éste representa todo lo que el escritor quiso haber sido y no es: un senequista mesurado, clásico, con el alma transida por todas las calmas y todos los buenos sentidos de la paciencia.
Pero el escritor, porque el mundo es una eterna y repetida injusticia, es el dueño del galápago Frascuelo, como un rey antiguo podía tener, entre sus esclavos, poetas, sabios y filósofos. Aunque el escritor respeta profundamente a su galápago. "
© Camilo José Cela
Este relato pertenece al libro Cajón de Sastre del autor de La familia de Pascual Duarte y La Colmena, el escritor español Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura. El libro, de 338 páginas, fue editado por primera vez por Alfaguara, en 1965. Su autor dijo que fue hecho para ir siendo olvidado a medida que se escribía y lo comparó con una abeja que va libando de flor en flor.
Pero el letargo de Frascuelo, en la biblioteca del escritor, no es un letargo puro, ortodoxo, absoluto, sino un letargo relativo, con pausas, con intermitencias; si fuera un galápago niño —cosa que el escritor ignora—, diríamos que con recreos.
El galápago Frascuelo, durante la invernada, no come, cierto es, ni realiza función digestiva alguna; pero tampoco duerme durante varios meses, como un faquir. El galápago Frascuelo, durante este tiempo, duerme exacta y metódicamente veintitrés horas y tres cuartos al día, y el cuarto de hora que le sobra lo aprovecha para pasear veloz, alegre y enloquecido, como si a diario descubriese un nuevo y jolgorioso renacer de la primavera. El galápago Frascuelo, hasta durmiendo es un cartesiano y el escritor, cuando levanta los ojos de sus papeles y lo ve asomando su cabeza fuera de la concha e iniciando su cotidiano paseo, llama a su mujer y le pide unas aceitunas o unas almendras y un vasito de vino, porque, indefectiblemente, es la una de la tarde.
El escritor admira a su amigo el galápago Frascuelo porque éste representa todo lo que el escritor quiso haber sido y no es: un senequista mesurado, clásico, con el alma transida por todas las calmas y todos los buenos sentidos de la paciencia.
Pero el escritor, porque el mundo es una eterna y repetida injusticia, es el dueño del galápago Frascuelo, como un rey antiguo podía tener, entre sus esclavos, poetas, sabios y filósofos. Aunque el escritor respeta profundamente a su galápago. "
© Camilo José Cela
Este relato pertenece al libro Cajón de Sastre del autor de La familia de Pascual Duarte y La Colmena, el escritor español Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura. El libro, de 338 páginas, fue editado por primera vez por Alfaguara, en 1965. Su autor dijo que fue hecho para ir siendo olvidado a medida que se escribía y lo comparó con una abeja que va libando de flor en flor.
(Enviado por José Luis Álvarez Fermosel, El Caballero Español).
2 comentarios:
Hola Àngels: ¡qué hermoso relato! Me parece que es éste el que yo le escuchaba leer al Señor Fermosel por la radio. ¡Buenísimo y la felicito por publicarlo! claudia
Gracias por la visita y el comentario. Si quiere "recuperar" al señor Fermosel, podrá deleitarse con sus escritos en su blog: http://elcaballeroespanol.blogspot.com
Un abrazo y hasta siempre
Àngels
Publicar un comentario