domingo, octubre 07, 2007

La ordenada vida del galápago Frascuelo


"El galápago Frascuelo se pasa los inviernos en la biblioteca del escritor, hecho un galá­pago de biblioteca, y los veranos, en el fresco corral de la casa de campo de su amigo el es­critor, hecho un señorito. El galápago Frascue­lo, que no es muy grande, viaja de Madrid al campo y del verano al invierno, en una cestilla adornada con hojas de tierna lechuga, que lleva a mano, y amorosamente, como único equipaje, el hijo del escritor. El galápago Fras­cuelo, que siempre ha practicado las buenas costumbres, no conoce más ley que su orde­nada voluntad, y el escritor, que es tolerante, le deja hacer lo que quiere, entre otras razo­nes, quizás porque el galápago Frascuelo nunca demostró la menor tendencia a la insensatez ni a la dilapidación.
El galápago Frascuelo es un ser ecuánime, conservador, conspicuo, que probablemente, en la alta noche, cuando el escritor y su familia duermen, aprovecha para leer a lord Macaulay. De lo contrario, no se encontraría satisfactoria explicación a muchas cosas y a no pocas actitudes.
Por los veranos, el galápago Frascuelo hus­mea en el corral los rincones húmedos, solita­rios, oscuros, al pie de la higuera, a la sombra del granado, al fresco de la silenciosa alcan­tarilla, arrimado al rezumante brocal del pozo. El galápago Frascuelo busca una esquina ama­ble, acogedora, confortable, y allí instala su cuartel general, desde el que sale a hacer sus descubiertas lentas, pacientes, incansables, en pos del sustento que nunca se le niega o de la agilidad que jamás encuentra.
El galápago Frascuelo, de veraneante, seme­ja un viejo conde pescador, reservón y muy vivido, para quien la existencia hubiera llegado a confundirse con la comodidad y con el sosiego. El galápago Frascuelo es un ser que no quiere complicaciones, que prefiere la soledad a la convivencia, que es feliz porque sabe sa­car partido de lo que tiene: es un galápago sabio que no fuerza las cosas, que no pide a la vida más que lo que la vida puede ofrecerle.
Con su filosofía estoica, el galápago Fras­cuelo gana todas las batallas porque, por prin­cipio, no se empeña en ninguna. Sentado a la puerta de su tienda y armado de paciencia y de sobriedad, el galápago Frascuelo está se­guro de que verá pasar, tarde o temprano, los cadáveres de todos sus enemigos, uno a uno.

Por los inviernos, el galápago Frascuelo, en la biblioteca del escritor, no necesita enterrar­se para estar a gusto. Al principio, un poco des­orientado, brujulea de un lado para otro buscando un rincón donde aletargarse; al final -como todos los años- acaba por descubrir que el mejor sitio, aquel donde más a satisfac­ción se está, es debajo del radiador de la cale­facción y allí se mete con su cabecita de lagar­to, sus deformes patas de monstruo antedilu­viano y su concha dura como el pedernal.
Pero el letargo de Frascuelo, en la bibliote­ca del escritor, no es un letargo puro, ortodoxo, absoluto, sino un letargo relativo, con pausas, con intermitencias; si fuera un galá­pago niño —cosa que el escritor ignora—, diría­mos que con recreos.
El galápago Frascuelo, durante la inverna­da, no come, cierto es, ni realiza función diges­tiva alguna; pero tampoco duerme durante va­rios meses, como un faquir. El galápago Fras­cuelo, durante este tiempo, duerme exacta y metódicamente veintitrés horas y tres cuartos al día, y el cuarto de hora que le sobra lo aprovecha para pasear veloz, alegre y enloque­cido, como si a diario descubriese un nuevo y jolgorioso renacer de la primavera. El galápago Frascuelo, hasta durmiendo es un cartesiano y el escritor, cuando levanta los ojos de sus papeles y lo ve asomando su cabeza fuera de la concha e iniciando su cotidiano paseo, llama a su mujer y le pide unas acei­tunas o unas almendras y un vasito de vino, porque, indefectiblemente, es la una de la tarde.
El escritor admira a su amigo el galápago Frascuelo porque éste representa todo lo que el escritor quiso haber sido y no es: un senequista mesurado, clásico, con el alma transida por todas las calmas y todos los buenos sentidos de la paciencia.
Pero el escritor, porque el mundo es una eter­na y repetida injusticia, es el dueño del galá­pago Frascuelo, como un rey antiguo podía te­ner, entre sus esclavos, poetas, sabios y filóso­fos. Aunque el escritor respeta profundamente a su galápago. "



© Camilo José Cela

Este relato pertenece al libro Cajón de Sastre del autor de La familia de Pascual Duarte y La Colmena, el escritor español Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura. El libro, de 338 páginas, fue editado por primera vez por Alfaguara, en 1965. Su autor dijo que fue hecho para ir siendo olvidado a medida que se escribía y lo comparó con una abeja que va libando de flor en flor.

(Enviado por José Luis Álvarez Fermosel, El Caballero Español).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Àngels: ¡qué hermoso relato! Me parece que es éste el que yo le escuchaba leer al Señor Fermosel por la radio. ¡Buenísimo y la felicito por publicarlo! claudia

àngels miarnau dijo...

Gracias por la visita y el comentario. Si quiere "recuperar" al señor Fermosel, podrá deleitarse con sus escritos en su blog: http://elcaballeroespanol.blogspot.com
Un abrazo y hasta siempre
Àngels