sábado, diciembre 29, 2007

Batalla ganada



Las peripecias sufridas por un monito capuchino, de quien su dueña solicitó judicialmente la tenencia como si de un hijo se tratara, refleja la nueva dimensión del derecho de los animales en los EE.UU.
“Si pudiera hablar, me diría:´muchas gracias por haber luchado para que vuelva a casa´, asegura Elyse Gazewitz, propietaria de Armani, el capuchino de 19 meses con quien juega sobre sus rodillas en su señorial vivienda de Rockville, a las afueras de Washington.
Armani fue requisado por las autoridades en mayo pasado, cuando una nueva ley del condado de Montgomery prohibió la posesión de este tipo de animales.
“Yo había llamado a la responsable de un centro para que me aconsejaran sobre las frutas y nueces que Armani podía comer. Me denunció inmediatamente a los servicios de control animal y les dijo que mi mascota estaba enclenque, que no comía y que debía ser visto por un veterinario”, explica la señora Gazewitz. “No conozco a esta mujer, nunca vino a mi casa y nunca vio a Armani”, recuerda, indignada.
Al día siguiente de la llamada, la policía y los servicios veterinarios se presentaron en su casa para confiscarle a su mono y trasladarlo a un zoológico. “Me dieron cinco minutos para despedirme de él”, se queja.
Elsa Gazewitz inició entonces una batalla legal para recuperar la guarda del monito, que ha durado siete meses. Finalmente, la semana pasada, un juez del condado ordenó el regreso de Armani a casa.
“Llené toneladas de papel para demostrar que el caso de Armani competía más al de un niño que al de una cortadora de césped o una computadora. Más aun que los de otras especies, estos monos están particularmente cerca de nosotros”, indicó su abogada, Anne Benaroya, especialista en derecho animal. “Intentamos que el tribunal reconociera esta evolución en las relaciones entre los humanos y los animales”, añadió, “pero la ley no establece diferencias entre un animal y una cortadora de césped. A los ojos de la ley, los animales no son más que bienes”.
La victoria de Armani y de otros juicios en curso manifiesta que, en los EE.UU., la interpretación de las relaciones entre seres humanos y animales está cambiando y se empieza a dar más valor a los vínculos emocionales.
“No puedo describir la pena que sentí al perderlo. Habría luchado hasta el final para que volviera a casa”, indica la señora Gazewitz, que tuvo que pagar U$S 1300 por mes por el alojamiento de su mono en el zoo.
El condado la demandó por diferentes delitos, incluidos delitos criminales. “Recibí llamadas telefónicas de todo el país, y también de Francia, Inglaterra, España, de personas que me preguntaban qué podían hacer para ayudarme”, dice.
Finalmente, la justicia del condado devolvió a Armani a su hogar, donde se reencontró con su habitación de juegos, especialmente instalada para él por U$S 4000.
“Es mi compañero, mi mejor amigo, mi familia. Es un buen muchacho que no merecía esta pesadilla”, concluye, mientras su mono capuchino se le sube al hombro y le da un beso en la mejilla.

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