En Senegal, la tortuga marina, buscada por su carne y por sus pretendidas virtudes afrodisiacas, está amenazada de extinción, pero una campaña de sensibilización de las poblaciones lanzada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en 2004 empieza a dar sus frutos.
En la playa de Joal-Fadiouth, al sur de Dakar, se puede ver una gran cantidad de carteles de madera que sobresalen de sendos espacios alambrados a pocos metros de la orilla con una advertencia: “Nido de tortugas verdes. Prohibido tocar”.
“Nos levantamos a las 6 de la mañana para seguir la traza de las tortugas hasta el lugar de puesta y allí ponemos un alambrado de protección”, explica Amar Fall, conservador del área marina protegida, una extensión de 174 km² creada en 2004.
Desde el pasado mes de agosto se han identificado siete nidos en esta playa y otros dos en la vecina localidad de Ngazobil. “Verificamos cada día que nadie haya tocado los nidos, y hasta hoy están todos intactos”, se felicita el conservador.
Pronto tendrán lugar las primera eclosiones y habrá que levantar un poquito las alambradas para que los bebés tortuga puedan llegar al océano.
“Hemos constatado que en un año la consumición en la región de Joal-Fadiouth ha disminuido 60%”, señala por su parte Mamadou Diallo, responsable del programa de las especies en la oficina regional del WWF. "Antes, los pescadores se llevaban 50 o 60 tortugas por día, y estos animales corrían serio peligro de extinción, hecho que, de darse, además habría desequilibrado todo el ecosistema”, comenta.
Cada tortuga se vendía entre 2000 y 3000 francos CFA (entre 3 y 4,5 euros) y el kilo de su carne, a menos de 0,5 euros, era diez veces más barata que el kilo de carne de buey. Ante esta realidad, el WWF otorgó préstamos para desarrollar actividades alternativas, sobre todo en el sector turístico y el pequeño comercio, como medio para intentar cambiar las costumbres alimenticias de la gente, a menudo pobre y muy golpeada por la crisis de la pesca.
Así, antiguos vendedores de tortugas se asociaron para beneficiarse de la ayuda ofrecida y comprar dos piraguas. “Las tortugas vivas son más rentables que las tortugas muertas”, asegura Abdou Karim Sall, jefe de los pescadores de Joal y presidente del comité de gestión del área marina protegida. “Si mato una tortuga y nos la comemos con mi mujer, en un día se acabó. Pero si las tortugas están vivas, los turistas vienen a verlas durante 10 años”, prosigue, imaginando futuras ganancias económicas.
Pero la batalla contra los “comedores de tortugas” aún no ha sido ganada. A sólo un centenar de metros de los espacios alambrados, el joven Ousmane reconoce que pesca tortugas y las vende en Fadiouth. Sabe que eso está prohibido, pero dice que lo hace cuando no consigue peces y necesita dinero.
En la playa de Joal-Fadiouth, al sur de Dakar, se puede ver una gran cantidad de carteles de madera que sobresalen de sendos espacios alambrados a pocos metros de la orilla con una advertencia: “Nido de tortugas verdes. Prohibido tocar”.
“Nos levantamos a las 6 de la mañana para seguir la traza de las tortugas hasta el lugar de puesta y allí ponemos un alambrado de protección”, explica Amar Fall, conservador del área marina protegida, una extensión de 174 km² creada en 2004.
Desde el pasado mes de agosto se han identificado siete nidos en esta playa y otros dos en la vecina localidad de Ngazobil. “Verificamos cada día que nadie haya tocado los nidos, y hasta hoy están todos intactos”, se felicita el conservador.
Pronto tendrán lugar las primera eclosiones y habrá que levantar un poquito las alambradas para que los bebés tortuga puedan llegar al océano.
“Hemos constatado que en un año la consumición en la región de Joal-Fadiouth ha disminuido 60%”, señala por su parte Mamadou Diallo, responsable del programa de las especies en la oficina regional del WWF. "Antes, los pescadores se llevaban 50 o 60 tortugas por día, y estos animales corrían serio peligro de extinción, hecho que, de darse, además habría desequilibrado todo el ecosistema”, comenta.
Cada tortuga se vendía entre 2000 y 3000 francos CFA (entre 3 y 4,5 euros) y el kilo de su carne, a menos de 0,5 euros, era diez veces más barata que el kilo de carne de buey. Ante esta realidad, el WWF otorgó préstamos para desarrollar actividades alternativas, sobre todo en el sector turístico y el pequeño comercio, como medio para intentar cambiar las costumbres alimenticias de la gente, a menudo pobre y muy golpeada por la crisis de la pesca.
Así, antiguos vendedores de tortugas se asociaron para beneficiarse de la ayuda ofrecida y comprar dos piraguas. “Las tortugas vivas son más rentables que las tortugas muertas”, asegura Abdou Karim Sall, jefe de los pescadores de Joal y presidente del comité de gestión del área marina protegida. “Si mato una tortuga y nos la comemos con mi mujer, en un día se acabó. Pero si las tortugas están vivas, los turistas vienen a verlas durante 10 años”, prosigue, imaginando futuras ganancias económicas.
Pero la batalla contra los “comedores de tortugas” aún no ha sido ganada. A sólo un centenar de metros de los espacios alambrados, el joven Ousmane reconoce que pesca tortugas y las vende en Fadiouth. Sabe que eso está prohibido, pero dice que lo hace cuando no consigue peces y necesita dinero.
1 comentario:
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