Muertes inútiles

Eran casi las cinco de la tarde del día de Navidad. Empezaba a oscurecer en el zoo de San Francisco (EE.UU.) y había llegado la hora de cerrar sus puertas a los visitantes. Un joven de 17 años, Carlos Sousa, se encontraba cerca del recinto de los grandes gatos cuando, repentinamente, Tatiana, una tigresa siberiana de cuatro años y 136 kg de peso, lo atacó por la espalda y lo mató de un zarpazo en el cuello. Dos amigos de la víctima, dos hermanos de 19 y 23 años, fueron igualmente atacados por la tigresa y heridos gravemente. Cuando los policías llegaron, no tuvieron más remedio que disparar para defenderse de su embestida y Tatiana resulto muerta.
Según declaró Robert Jenkins, uno de los directores del zoo, “parece que el animal escaló o saltó fuera de su recinto”, y precisó que eso era algo teóricamente imposible, ya que los tigres viven en un espacio abierto separado del público por un foso de más de ocho metros de ancho y cuatro de profundidad, además de una reja de seis metros de altura y una barrera a lo largo del foso para que la gente no pueda acercarse demasiado.

“Alguien debió de provocar una situación que excitó mucho a la tigresa”, manifestó Manuel Mollinedo, otro de los directores del parque. “Es imposible que el felino haya podido salir de ahí de un solo salto. Creo que recibió ayuda”, agregó.
La policía no descarta esa hipótesis. “Como no estamos seguros de si esto es el resultado de una intervención humana o un accidente, consideramos el lugar como escenario de un crimen”, indicó Heather Fong, jefe de la policía de San Francisco, en una conferencia de prensa. Y añadió que el zoo será considerado así hasta que los investigadores puedan establecer cómo pudo escaparse el animal: “Queremos asegurarnos de que encontramos todas las pruebas, para que en caso de participación humana tengamos las suficientes para determinar que así sucedió realmente”.
No fue éste el primer ataque de Tatiana. En diciembre del año pasado, le arrancó parte de un brazo a una joven guardiana a través de los barrotes de su jaula. La investigación posterior resolvió que el zoo era responsable, pues la empleada no tenía la formación necesaria para acercarse a los tigres y los barrotes no estaban pensados para impedir este tipo de agresiones.
“Un animal salvaje es como una pistola cargada”, explicó Jack Hanna, experto en animales y director emérito del zoo de Columbus en Ohio (EE.UU.). “Un tigre es una criatura increíble”, prosiguió. “Yo los he visto derribar a un búfalo de 1400 kilos en menos de 30 segundos”.